El petróleo, la gasolina y los combustibles fósiles, esas grandes adicciones


No es un secreto para nadie que este mundo se mueve gracias al petróleo. Es cierto que el dinero mueve el mundo (y no el amor, por desgracia, a pesar de la famosa frase), pero el oro se extrae de la tierra con máquinas. Con pesadas máquinas cuyos motores funcionan con petróleo. Y es transportado por petróleo. Así que realmente lo que en la práctica mueve al mundo es el petróleo.

Hasta tal punto está presente en nuestras vidas, que si miramos a nuestro alrededor casi todo lo que tenemos en casa o está hecho con petróleo, o ha viajado hasta nosotros gracias al petróleo. No solo los muebles y electrodomésticos, tambien la comida.




A principios de siglo lo que solía consumir la gente eran productos locales, que se distribuían relativamente cerca de sus lugares de origen. Triunfaban los mercados y la mayoría hacía compras en ellos varias veces por semana.

Desde aproximadamente la II Guerra Mundial (una guerra caracterizada por el dominio de las máquinas con motores de gasolina, por cierto) la tendencia comenzó a cambiar. La mejora en los procesos de refrigeración y en los transportes hizo que muchas de las cosas que consumimos y con las que nos alimentamos se produzcan a varios cientos de kilómetros de nosotros. O incluso a miles. El agua embotellada que compramos puede venir de Badajoz o Asturias; el cacao o el chocolate, de fábricas en Navarra o Cataluña, e incluso los garbanzos pueden llegarnos desde México. Todo eso a pesar de que tanto cacao, agua como legumbres podrían producirse a nivel local y con industrias locales (y de productores locales), como se hacía antes. Pero el petróleo ha hecho que eso ya no sea rentable.


Incluso la fruta, que podríamos adquirir variedades autóctonas, se tiende a homogeneizar el mercado con variedades más productivas lejos de nosotros. Donde vivo hay muchas bayas y frutos autóctonos que han perdido su valor y nadie cultiva, porque no se venden. Curiosamente, mientras un nativo en la selva tiene a su disposición una variedad de comida enorme, en nuestra frutería las alternativas que encontramos son muy limitadas.

El petróleo, como he dicho, mueve el mundo. Hasta tal punto que nos manejan a distancia con él y afecta enormemente a nuestros bolsillos. Se utiliza como arma política y de represalia cuando se necesita. Lo hemos visto recientemente: su elevada producción ha hecho que descendieran los precios, llevando a países como Venezuela a la bancarrota técnica, y haciendo que el pueblo sufra el castigo, presionando con ello a sus gobernantes. El petróleo no es solo sucio: ensucia todo en lo que se mete.


Ahora, que han conseguido tener a Venezuela contra las cuerdas y que creen que ya ha "relajado" suficientemente el mercado, los productores van a poner el freno a la caída de precios. Arabia Saudí anunció hace pocos días que la caída del precio del crudo tiene los días contados, y que en la próxima reunión de la OPEP se acordará una congelación de producción. O sea, que podrían seguir produciendo más y abaratando los precios, pero en un tira y afloja constante según les conviene (que llevan haciendo décadas), cuando les interesa detienen la producción, o exportan menos, para que el precio suba (y con ello todos los productos que el petróleo toca, que ya vimos que son mayoría) y así ellos ganen más.

A pesar de lo que digan (obviamente ellos ésto no lo dicen), a través de la relativamente corta historia del petróleo ésto siempre ha sido así. Cuando lo quieren usar de arma de presión, son capaces de arruinar economías enteras subiendo o bajando la producción a su antojo. En el consejo de la OPEP, y de acuerdo con Rusia y otros poderosos países del planeta, mueven los hilos de la economía mundial. Porque a todos afecta, directa o indirectamente, el precio del crudo.


Por el petróleo se han organizado guerras, incluso algunas muy recientes (Irán, Irak, Kuwait, Libia...), y se han derrocado gobiernos. Por el oro negro se mata y se asesina tras las cortinillas y los intereses más oscuros. Países sin agricultura, sin recursos y totalmente desérticos, nadan en la opulencia y en la riqueza gracias al petróleo.

Por supuesto, antes no era así. Muchos de los países árabes eran no hace demasiadas décadas lugares inhóspitos solo transitados por bereberes y exploradores ávidos de aventuras. Pero la elección y preferencia del petróleo como fuente de transporte principal cambió su destino definitivamente. Eso a pesar de que había mejores alternativas, como la eléctrica o la de vapor, cuya caldera podía quemar cualquier cosa.


Poco podemos hacer nosotros desde nuestra humilde posición para cambiarlo. Tal vez de las pocas cosas que aún podemos hacer sea elegir transportes alternativos (como la bicicleta), independientes del petróleo, siempre que nos sea posible, y optar -mientras tengamos una alternativa- por productos locales. Es algo que parece de muy poco valor frente al todopoderoso y omnipresente petróleo, pero que, granito a granito, uno a uno, puede hacer que vayan cambiando las cosas y la tendencia varíe. Hacer que el petróleo y sus derivados tengan cada vez menos importancia (o, al menos, no incidan tanto en nuestras vidas), es un esfuerzo que compensa a la larga. Si podemos ir al trabajo, o movernos por nuestro alrededor, en bicicleta en lugar de en coche, conseguiremos inmunizarnos ante la subida o variaciones de los precios del crudo, y nos afectarán menos. Si adquirimos productos locales conseguiremos que el transporte en el que se trasladan afecte menos a su precio final y nos sean más accesibles, y mejoraremos la economía de los productores que, así, podrán hacer que más productores se unan a su vez. Necesitamos un cambio -que ya se está produciendo, aunque muy lento- de mentalidad, diferente a lo que se venía haciendo hasta ahora. No nos vale mirar a otro lado y comprar productos de China hechos por esclavos, o hacer como si no fuera con nosotros y colaborar al calentamiento global, la desertización de amplias zonas de naturaleza o el sufrimiento que generamos por lo que vestimos, calzamos o comemos.

Mientras los países emergentes viven una auténtica locura por el mundo del motor (todo el mundo quiere tenr coche allí), debemos nosotros recoger el testigo, sobre todo tratándose de un país como España que depende totalmente del petróleo exterior y no posee fuentes de suministro propias. Y si no es por salud, si no quieres hacerlo por mejorar el medio ambiente, o te trae sin cuidado por apoyar a los productores locales o la economía local, hazlo por tu bolsillo. Porque todo el dinero que no les das a los magnates del petróleo se quedará en tu bolsillo a final de mes. Te darás cuenta no solo de lo que puedes ahorrar, sino de la cantidad de tiempo que trabajas para darles dinero a ellos. Y es solo un pasito de los muchos que podemos dar para intentar ser menos dependientes de ese tipo de combustibles.

| Redacción: RevistaBici.blogspot.com

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